Nadie quiere pasar desapercibido por este mundo. De alguna manera todos aspiramos a tener fama, grandeza o importancia – y si no podemos lograr la nuestra propia idolatramos a otros que la consiguieron. Hay mucho donde elegir: “Estrellas” del deporte, del cine y de la música, del mundo político, de la moda – ¡las hay para todos los gustos! Son aclamados, seguidos y hasta idolatrados por sus logros, sin importarles a sus seguidores las vidas a veces tan deplorables que estos “ídolos” llevan detrás de su fachada de éxito.
¿Quién es de verdad la persona más importante que ha pisado el suelo de este mundo?
¿Por qué me tiene que pasar esto a mí? Todos nos hemos hecho esta pregunta en alguna ocasión: Especialmente en momentos difíciles de la vida. O bien luchamos con toda nuestra fuerza en contra de las dificultades, o bien caemos en la resignación. Pensándolo bien, esta pregunta surge por la necesidad de solucionar un problema mucho más profundo de nuestra vida.
Por eso te pido que te pares por un momento para preguntarte: ¿Por qué Dios ha permitido que me pase algo así? A lo mejor piensas que Dios te quiere castigar. Tal vez por un pecado que has cometido, por haber transgredido sus mandamientos. Pero seguramente esto no es la causa principal. Si el castigo fuera la meta de Dios, él nos podría quitar la vida. Pero justamente hace lo contrario. Él es quien sostiene tú vida. Cada día es un regalo: una oportunidad que te brinda para conocer a Jesucristo.
El conocido escritor C. S Lewis escribió en una ocasión: “No existe ningun hombre normal”. Tiene razón, porque cada ser humano es absolutamente único.
¿Has pensado alguna vez en esto? ¡Nadie en este mundo es exactamente igual que tú! Tu apariencia, tu voz, tus características personales, tus costumbres, tu inteligencia, tus gustos – todo esto te hace único.
Incluso tu huella dactilar es diferente a la de cualquier otra persona. Permíteme decirlo aun más claro: ¡no eres un producto de la casualidad! ¡Sí, tú eres totalmente único! Pero esto aun no lo es todo…
Probablemente su invento sea casi tan antiguo como la misma humanidad. La usamos infinidad de veces cada día. Nos proporciona seguridad, silencio, recogimiento e intimidad mientras que, mostrándonos su lado más hostil, podemos quedar atrapados por una de ellas o… peor aún… nos la cierran de un portazo delante de nuestras mismas narices: Estoy hablando de LA PUERTA.
A algunas de estas puertas que usamos a diario nos acercamos llenos de ilusión y esperanza mientras que otras nos infunden temor o inseguridad. Por algunas se puede pasar solo después de abonar una entrada e incluso las hay que quedan absolutamente inaccesibles para la mayoría de la gente común…
¿Es usted Salvo? Dos preguntas que usted debe responderse:
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¿Ha llegado usted al convencimiento, en su vida espiritual, de que si muriera hoy iría al cielo?
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Supongamos que esta noche usted muere y tiene que presentarse ante Dios, entonces Él le pregunta: ¿Por qué cree que debo permitirte entrar al cielo? ¿Qué le diría usted?